Me equivoqué
Siempre habrá algún momento en que no nos demos el permiso que deberíamos
Pensaba que ya no tenía que volver a repetir lo de darse permiso. Ni para ti, ni para mí. Que ya estábamos en otro capítulo, otra pantalla, otro mood, que dicen. Que el permiso nos lo dábamos sin dramas. Que ya estaba todo dicho. Eso creía… inocente de mí.
Pero resulta que esto de darse permiso es como aprender a bailar una coreografía nueva cada día. Me he dado cuenta -lo reconozco- que a veces me sale solo, pero muchas otras, piso mis propios pies. Y es que cuando me lo regalo en un sitio, me lo escondo en otro. Como un juego de hilos que se tensan y aflojan según por dónde tiro. Supongo que la vida es así, un telar enmadejado.
Cada vez pido menos permiso afuera, eso sí lo he hecho bien. Pero todavía hay momentos en que me pilla desprevenida y soy yo la que no me lo doy como me gustaría.
Hablo de un permiso de verdad. De ese que se firma en la piel. El que aparece cuando me siento a solas con mis sombras, les sirvo un buen vino y dejamos que la conversación respire sin prisas ni reproches.
Hablo de darme permiso para sentir lo que venga, aunque no combine con el día, aunque me deje la tarde un poco desordenada. También ahí vive la vida. Nos hemos acostumbrado a apagar el dolor demasiado rápido, a cerrar la puerta a la frustración, a guardar las lágrimas en un bolsillo con agujeros por los que se van cayendo (como aquellas que se caían en la arena). Hemos descubierto que caminando en piloto automático, duele menos.
Hablo de darme permiso para soltar historias que ya no me resuenan. De abrir ventanas, cambiar el aire y recolocarme por dentro con la misma delicadeza con la que me arreglo por fuera cuando tengo un encuentro que me hace ilusión.
Donde sí me doy cada vez más permiso -y tal vez eso fue lo que me confundió- es para crear. Me doy permiso para pintar por el placer de ensuciarme las manos y conectar con el color, con la textura, con el caos.
Me doy permiso, también, para escribir lo que tengo dentro (sirva este texto), aunque no encuentre las palabras -me he dado cuenta que la mayoría de las veces las tengo en la cabeza, como las gafas cuando las busco.
Ahora sé que ni lo que pinto ni lo que escribo tienen que ser perfectos. Basta con que sean míos. Muy míos.
Poco a poco me doy permiso para hablar con mi voz, no con la que aprendí a modular para encajar. La mía. Que sí, que tiembla a veces, pero también ilumina cuando se atreve.
Me doy permiso para pensar en cada momento qué necesito, dónde me lleva cada paso que decido dar. Y me recuerdo constantemente que lo estoy haciendo lo mejor que puedo con la historia que me tocó elegí vivir.
Poco a poco (¡ay, qué vértigo!), me doy permiso para ser auténtica. Para volver a mí después de tantos desvíos. Hicieron falta todos -TODOS- esos paseos que a veces fueron ‘campos a través’ para entender que había otros caminos y decidir dónde estaba de verdad mi centro.
Hoy, vuelvo a casa, ahí donde puedo cocinar lo que me gusta, comer a deshoras, estar en pijama y coleta deshecha. Me elijo con las manos llenas; me recibo con un abrazo apretado y el corazón lleno. Y qué bien estoy conmigo.
Ahora sí, me doy permiso para mudar la piel, cambiar de rumbo y de ritmo si hace falta. Para dejar que algo nuevo nazca donde antes había miedo. O a pesar del miedo. Ahora le dejo estar pero sólo de copiloto; al volante voy yo.
Releo lo que he escrito y parece un pequeño manifiesto improvisado, a modo de recordatorio, para cuando sienta que no me estoy dando el permiso que debería. Para acordarme de darme permiso también entonces, también allí. Donde sea. Con lo que sea.
Y repetirme que la vida pasa igual… pero cuando te das permiso, pasa contigo dentro.
Quedan pocos Libros-Cuaderno “Permiso para Ser”, escrito para acompañarte a darte permiso. Lo encuentras aquí.
Si lo quieres para el 24, pídelo antes del 15, para asegurar que ni tú ni yo sufrimos :)


Neus me encanta tu texto, tu reflexión, me veo tan reflejada en tus palabras... esta siendo todo un viaje esto de ser autentica y darme permiso... hay semanas, dias que todo fluye, encuentro el equilibrio entre cuidarme por fuera y por dentro, dándome esos espacios para crear y sentir y otros en los que ya me levanto desordenada, en que todo es un caos y cuanto cuesta abrazar ese caos. Pero gracias a ese caos luego el orden y el equilibrio se aprecian más y a veces hay que polarizarnos para encontrar ese punto medio o sencillamente darnos cuenta que no nos lo permitimos. Pero es todo un viaje este de mirar hacia dentro y sentir. Gracias por tus palabras, me ayudan mucho.